UNCTAD III Santiago de Chile 1972
UNCTAD III Santiago de Chile, 06/1971 - 04/1972
“Este edificio refleja el espíritu de trabajo, la capacidad creadora y el esfuerzo del pueblo de Chile, representado por: sus obreros – sus técnicos – sus artistas – sus profesionales. Fue construido en 275 días y terminado el 3 de abril de 1972 durante el gobierno popular del compañero Presidente de la República Salvador Allende G.”
Inscripción en placa de piedra encargada a Samuel Román.
A principios de los años setenta, el proceso de la Unidad Popular en Chile atrajo la atención mundial. La “vía chilena al socialismo” fue considerada una “experiencia-laboratorio” de revolución democrática y, consecuentemente, una posible alternativa para los países en desarrollo. Este clima internacional impulsó la invitación que en el año 1971 se le hace al gobierno chileno para recibir la Tercera Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD III).
A pesar que el país no contaba con la infraestructura arquitectónica necesaria para el encuentro, el Estado decidió construirla y el Presidente Salvador Allende se comprometió a inaugurar la reunión en Santiago en abril de 1972. Inmediatamente asumido el desafío, se promulgó una ley que asignaba los recursos necesarios y se creó la Comisión Chilena para la UNCTAD III. De esta forma, un equipo interdisciplinario de arquitectos, ingenieros, artistas y trabajadores, llevó a cabo el proyecto en el extraordinario plazo de 275 días, dando lugar a un hito latinoamericano de modernidad arquitectónica y utopía constructivista.
La ley que creó la comisión estableció asimismo que una vez terminado el encuentro “los bienes muebles e inmuebles de UNCTAD III serán transferidos al Fisco y administrados por el Ministerio de Educación Pública, para que se destinen a reuniones y congresos nacionales e internacionales y a todo tipo de actividades en beneficio de la Cultura Popular”. De este modo, se pensó en un diseño que pudiera utilizarse parcialmente, y cumplir distintos fines de manera simultánea. La locación del complejo también debía ser consecuente con su futuro uso público. Estos desafíos fueron asumidos por la Corporación de Mejoramiento Urbano (CORMU), que seleccionó entre las oficinas de arquitectura más destacadas de la época a cinco profesionales para hacerse cargo del proyecto. El equipo estuvo conformado por los arquitectos Sergio González, José Covacevic, Hugo Gaggero, Juan Echeñique y José Medina. Como coordinador del proyecto la CORMU nominó a su Director Ejecutivo, Miguel Lawner.
Se propuso el uso de un sector en construcción de la Remodelación San Borja, un gran complejo residencial urbano que se encontraba en pleno desarrollo. Esto aseguraría para el proyecto UNCTAD III una ubicación privilegiada en el centro de Santiago. La necesidad de integrarse en la trama urbana surgió además del deseo de distinguirse del conocido proyecto modernista de Emilio Duhart para la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) inaugurado a fines de 1966 en Santiago, al cual se le criticaba su excesivo aislamiento de la ciudad.
El proyecto UNCTAD III contempló dos edificios, una placa y una torre. La placa, de 24.000 m2, consistió en un pabellón de dos pisos de 170 metros de largo. En el nivel principal se ubicaron dos salas de conferencias con capacidad para 350 personas cada una, y una sala plenaria con capacidad de 2.300 personas. El nivel del ingreso se destinó a salas de reuniones y conferencias adicionales, y al salón de delegados. Los servicios de comunicación, una cafetería, y un restaurante autoservicio con capacidad para seiscientas personas, se localizaron en el zócalo. El subsuelo, en tanto, fue utilizado como estacionamiento. La torre consideró un programa de cuatrocientas oficinas distribuidas en veinte pisos, con una superficie total de 15.000 m2 y 70 metros de altura, incluyendo un helipuerto; originalmente, fue usada para las tareas administrativas del encuentro. Ambos edificios estaban conectados entre sí mediante puentes y comunicados con el entorno urbano a través de túneles que vincularían con calles adyacentes, una estación de metro y el Parque Forestal.
La necesidad de concretar la obra en once meses —un plazo regular de ejecución, para un proyecto semejante en aquella época, sería de tres años—, implicó la maximización de los recursos disponibles y la explotación de la capacidad tecnológica-productiva del país. Efectivamente, se utilizó un emplazamiento perteneciente a la Remodelación San Borja, aprovechando uno de sus edificios residenciales (la “Torre 22”, ya en construcción), al que se le hicieron las modificaciones necesarias para convertirlo en el complejo UNCTAD III. Las circunstancias exigieron el desarrollo de innovaciones constructivas como el levantamiento anticipado de dieciséis pilares, que se instalaron para sostener una estructura superior de 9.000 m2, que sería el techo del edificio placa, permitiendo erigir el resto del inmueble de forma paralela. El empleo de elementos de fabricación nacional redujo a sólo un diez por ciento el material importado. Por primera vez en Chile, la coordinación de un proyecto de arquitectura se hizo íntegramente con el uso de informática, factor que incidió en la tremenda velocidad en que se realizaron las obras. La construcción se llevó a cabo en tres turnos, que funcionaban siete días a la semana. Allende visitaba la obra prácticamente a diario para alentar a los más de tres mil trabajadores.
El proyecto UNCTAD III se concibió como un proceso de construcción colectiva, en el cual todos lo agentes, fueran arquitectos, ingenieros, diseñadores o trabajadores, se consideraron técnicos. De este modo se involucraron también artistas y artesanos, los cuales fueron convidados a participar con un arte incorporado estructuralmente al proyecto arquitectónico. Eduardo Martínez Bonatti, designado como asesor artístico, coordinó la colaboración de los artistas representantes de las principales tendencias del arte chileno. Estos apoyaron en el diseño de mobiliario, iluminación, y con soluciones técnicas a problemas de acústica, distribución espacial y ventilación, además de intervenciones murales, pinturas y esculturas. La señalética fue desarrollada por un grupo vinculado al departamento de diseño industrial de la Corporación de Fomento de la Producción (CORFO) que dirigía en ese momento Gui Bonsiepe.
Una vez concluido el encuentro, la placa pasó a llamarse Centro Cultural Metropolitano Gabriela Mistral y se nombró a Irma Cáceres de Almeyda como directora. El restaurante autoservicio se abrió con almuerzos a precios accesibles para el público general, donde se llegaron a vender 1.500 raciones diarias. Además se realizaron múltiples actividades culturales, conciertos y exposiciones, incluida una muestra perteneciente del Museo de la Solidaridad. Para el golpe de estado del 11 de septiembre de 1973, el edificio sede del poder ejecutivo, el Palacio de La Moneda fue bombardeado, quedando semidestruido. La junta militar decidió utilizar la mejor y más moderna infraestructura pública de la que se disponía en ese momento como nueva sede de gobierno. Es así como el Centro Cultural Metropolitano fue rebautizado por los militares como Edificio Diego Portales, procediendo a clausurar sus ventanales y enrejar el recinto, transformándolo en un gran volumen aislado de su entorno. Aun después del retorno a la democracia, y por mandato de la ley, se encuentra en manos del Ministerio de Defensa. A comienzos de 2006, un gran incendio afectó seriamente la placa, abriendo un debate público en torno a la posibilidad de recuperar el inmueble para la ciudadanía.