sábado, 2 de mayo de 2015

Nuestros Juegos en los 70s


Nuestros Juegos

Nuestros Juegos heredados desde siempre 

Las pichangas
En cada recreo, los fines de semana, en clases de educación física, en la mañana, o a la salida del liceo, eran infaltables las pichangas, sobretodo en horas libres con todo el público que miraba desde las salas del primer pabellón. Goles olímpicos, goles de cabeza, goles de taco, goles de chilena, goles por alto, goles desde el suelo, goles bonitos, goles goles, me cago que hicimos goles…..
Un homenaje a las patadas, los porrazos, las ganas de ganar, a los que goleamos, a los que nos quisieron ganar, a la barra, a los inspectores que se hacían lo lesos para dejarnos jugar y a los profes que nunca nos mandaron a inspectoría por llegar atrasados a clases. 



Reglas de las pichangas callejeras
El que patea lejos el balón, va por él.
Cuando el gol es polémico todo se resuelve en “Gol o penal”.
Si eres el último en ser elegido, es una gran humillación.
Se cobrará falta si el otro sale llorando o es una caída fuerte.
Los que menos saben jugar se quedan de defensas.
Se permiten autopases con la cuneta.
Los partidos de larga duración ocurren cuando llueve.
Si en la calle hay muchos autos estacionados y pasan varios seguidos, se detiene el partido.
Si se apuesta una bebida, es como jugar una final.
Las porterías son 2 piedras, pero siempre habrá un equipo que tenga la portería mas chica.
Se detiene el partido cuando pasa un auto o una persona.
Si el balón queda atrapado en un auto, jardinera, etc. Se debe de decir “Pido mano”.
Si hay penal, quitan al “arquero” y se pone el más bueno.
Arquero jugador.

Bonus: Todo es cancha.


El comprahuevo fue el juego que nos acompañó hasta cuarto medio, también hacíamos gran escándalo con el caballito de bronce, y las niñas con su súper soga o el elástico porrazo incluido, y también el pillarse, las bombitas de agua hechas con origami, el papel doblado, o también se les echaba tiza, recolectada de todas las salas para las guerras; las naciones, la tiña con el famoso bola, botellita envenenada, la guaracha (corre corre guaracha, el que mira para atrás, se le pega en la pela), el corre el anillo…
Antes ellas jugaron al luche y los hombres nunca renunciaron a una pichanga, aún sin pelota, porque cualquier cosa, hasta las galletas servían para jugar. También estuvieron las tapaditas con los monitos de los álbumes, el yo-yo de cola, y los juegos de ingenio en alambre que vendían a la salida del Liceo.
Algunos jugaban a coleccionar servilletas, boletos, estampillas, billetes, monedas, sobres, esquelas impresas (rarísimas en esos años) y cualquier cosa se pudiera cachurear. Los más urgidos juntaban discos, esos LPR negros de vinilo que tanto llaman la atención a los coleccionistas de hoy.
Ni siquiera existía el casette, que recién aparecían en prueba desde el año 75 en adelante.


El cazamosca
Consistía en agarrarse de las manos, hacer una cadena y correr de un lado a otro por el patio del liceo, botando a cuento weon caía en esa especie de red.


Las tapaditas o quemaditas
Esas con las manos de uno unas sobre las de otro y que consistía en que el de abajo le pegara un palmazo a cualquiera o ambas manos del que las tuviera arriba. Esto terminaba con las manos rojas de los dos angelitos.


El chirlito
Era darle un paipazo con los dedos sobre la cabeza al otro, algo parecido a un coscorrón pero con los dedos extendidos.


Al pegar, pegar:
El perdedor era sorteado por una tradicional matita, todos en rueda con una rodilla en alto diciendo, “a - la – ma – ti - ta”, y ganaban los que hubieran puesto más palmas para arriba o bajo. En caso de empate en la matita se definía con un cachipún, con una mano a tu espalda, la sacábamos hacia adelante todos a un tiempo diciendo, “ca – chi – pún” haciendo el típico piedra, tijera, papel. [la piedra quiebra las tijeras, las tijeras cortan el papel, el papel envuelve la piedra, según esta fórmula, se ganaba o no].

El perdedor se ponía de pie y  doblado en ángulo recto con su cabeza en el estómago del que oficiaba de "palo" y que dirigía el juego. Alrededor del "burro", que así se llamaba al penitente, se iniciaba el juego cantando "Al pegar, pegar, pegar, seguir pegando..." y todos los golpeaban con sus palmas con mayor o menor fuerza la espalda del burro, y terminaba cuando “el palo” decía “a la no pegar” y si alguno pegaba después de la orden, perdía y se ponía de “burro”, por gil.


El Teto
Fíjense, que hay algunos compañeros que se olvidaron del teto. Realmente nadie lo jugo, porque llamar a jugar al teto era solamente para agarrar p’al leseo a alguien, al más despistado que te pudieras encontrar, a ese justamente se le gritaba…  ¡oye, querís jugar al teto… ¡al teto?
Vos te agachai, yo te lo meto! Jajaja, puro leseo.
  

Alambritos a la salida del liceo

A falta de nintendo… igual era difícil sacar la argolla, el corazón y el canasto de estas figuras de alambre. También había la pipa de bambú que se soplaba y una semilla subía y se encestaba en un canasto de alambre.


Caballito de bronce

Un palo, una fila de perdedores doblados en 90 grados y el de atrás metiendo la cabeza entre sus piernas, formando una fila entrelazada. Los que debían saltar tenían que tomar impulso y llegar lo más cerca del palo para dejar espacio a los que venían y cuidar de no caerse. Los de abajo contaban hasta once y al terminar gritaban Caballito de bronce. Si resistían el quiebre que pretendían los jinetes, había cambio, y ahora les tocaba a los que estuvieron abajo. Si la fila se rompía, o los de arriba se caían, perdían.  El que estaba al final, solía gritar “ a la patá del burro” y lanzaba una patada hacia atrás cuando venían en carrera para saltar. El Iván era el que más webiaba a los contrincantes con esa técnica para desconcentrar.


El derrumbe de la torre
Todos los participantes empuñaban sus manos poniéndolas unas sobre otras. El derrumbe consistía en dejar caer toda esta torre dando combos sobre el lomo del pobre tipo, con la toda la inconsciencia y poca piedad de un cabro de nueve o doce años, pero de esa época. La chacota terminaba con la supuesta "bandera" que era la última en caer y significaba un
seco palmazo con la mano abierta sobre la espalda de la víctima.


Los 3 goles de Pelé
Aprovechando la postura en 90 grados del de turno, cada participante era libre de escoger 3 técnicas del rey del fútbol para pegarle al balón y aplicarlas sobre la raja del burro como si esta fuera una pelota. Las patadas en la raja eran aplicadas con exquisita precisión, por el sólo gusto que provocaba pegar una sin ningún tipo de resistencia, e incluían patadas de puntete, de borde externo y hasta de taquito o de cabeza.


Carta a la abuelita
La espalda del burro se convertía en una máquina para escribirle una supuesta carta a la abuelita. Cada participante improvisaba un texto para su abuela, escribiendo sobre el
lomo del compañero como marcando las teclas y relatando en voz alta su escrito. Por supuesto que cada punto, coma, signo de puntuación o acento significaba asestar un violento golpe del remitente sobre la máquina. Algunas variaciones incluían hasta la estampilla al final de cada carta, un palmetazo de antología con la mano con saliva asemejando un sello postal.


El hoyito
En el colegio, cuando arreciaba el frío invernal en los recreos y las manos no salían de los bolsillos, sólo bastaba estar conversando con compañeros de curso en un improvisado círculo para que alguien tirara una pelota de papel arrugado al suelo y el juego comenzara. La idea era simplemente chutear la pelotita e intentar hacer un túnel u hoyito a cualquiera de los otros jugadores. Ante un hoyito exitoso, el participante que vio pasar la pelota entre sus piernas recibía una patada en la raja de cada uno de los demás jugadores sin restricciones. Además si alguien era sorprendido haciéndose "el cartucho", es decir mantener durante todo el juego los pies juntos, era sancionado con igual castigo.

Cacharon que la mayoría de los juegos de nuestra infancia se reducían a puras patadas en la raja, menos mal que eran en la raja y no en la cabeza, en todo caso igual era más entretenido antes, ahora los pendejos puro saben mover el dedo guatón de la mano para el joystick y el índice para el mouse. Hoy, cero socialización.

Aprendimos a jugar y disfrutar juegos verdaderos que nos permitieron adquirir experiencia para operar durante la niñez con artículos de alta peligrosidad como el hilo curado y los fuegos artificiales.  Los juguetes eran de palo o de plástico, sin tolueno.

Hoy en día los cabros de mierda pasan encerrados y con cueva conocen a los amiguitos del barrio por el facebook y no han desarrollado ningún anticuerpo que les permita enfrentar el mundo exterior en un país donde la obesidad infantil sube como en toda nación cuartomundista en vías de ser tercermundista, ya que los pendejos hasta las pichangas las hacen online y hay un payaso satánico que les hace vender su salud a cambio de una Mc Hamburguesa y un juguetito de la cajita feliz.



El yo-yo o yoyó, tiene su origen en un arma de guerra de las selvas filipinas. Según registros del siglo XVI, ésta tenía una cuerda de cuero de 6 metros de largo. La palabra significa “ven-ven” o “vuelve”.

El yoyó es un juguete compuesto por dos discos conectados por un eje, con un hilo enrollado alrededor de este que se mueve gracias a la gravedad y los giros. Existen diversas modalidades que aumentan la velocidad o permiten hacer diferentes trucos. Se fabrican de diferentes materiales como plástico, metal o madera, e incluso carbono.

Hasta hace 400 años, los filipinos usaban el yoyó como arma. No obstante, el origen de este juguete parece estar en China, aunque también era conocido en Grecia por lo menos hace 2.500 años. Los artesanos helenos lo fabricaban con madera, metal o terracota, y decoraban cada pieza con dibujos de los dioses. Es uno de los juguetes más longevos de la historia. Ya en el siglo V a.C. aparecen los primeros testimonios de su existencia mediante la representación de adolescentes jugando con un objeto similar al yoyó. Algunos de estos primeros yoyós pueden contemplarse en el Metropolitan Museum of Art, en Nueva York.

Fue hasta 1928 cuando aparece el yoyó tal y como lo conocemos hoy en día. Aquel año, el empresario Pedro Flores abrió una fábrica en California en la que se producían unas 300.000 unidades diarias. A los pocos años el negocio fue comprado por Donald F. Duncan, quien registró la marca «yoyó» en 1935. El nombre pudo explotarse comercialmente hasta los años 60, cuando un tribunal dictaminó que la denominación era tan genérica que podía ser usada por cualquiera.


Para realizar trucos y acrobacias no está limitado a los profesionales. Cualquier aficionado que quiera rememorar los duelos o la entretención de la infancia en el recreo, puede practicar.

Cambio monitos…
nuestra forma de entretención y educación.


Juntar monitos era el deporte nacional en los colegios y los papás también ayudaban porque entendían que era una de las pocas formas que teníamos de hacer las tareas, o las famosas carpetas. Sino eras bueno pa´l dibujo, los monitos salvaban y de paso estimulaban la imaginación. Eran nuestras verdaderas enciclopedias.
Tenían lindos colores, los podías calcar, copiar, y eran fuente de inspiración para todo tipo de tareas en todos los ramos posibles.



Eso es to, eso es to, eso es todo amigos ¡!